16/11/07

Captura del Jabeque-Fragata español Cacafuego



Al volver a cubierta, pudo comprobarlo: el navío avistado era, en efecto, el Cacafuego. Éste había cambiado su rumbo para encontrarse con la Sophie, y en aquel instante estaba largando las alas. A través del telescopio, Jack veía brillar al sol su costado rojo vivo.
«¡Todos a popa!», dijo. Y mientras la tripulación se reunía, Stephen vio asomar al rostro de Jack una sonrisa que éste reprimió, con gran esfuerzo, tratando de que su expresión fuera grave.
«¡Escuchadme!», dijo mirándolos a todos con satisfacción. «Tenemos el Cacafuego a barlovento. Ya sé que algunos de ustedes no quedaron contentos cuando lo dejamos ir sin hacerle un saludo; pero ahora que nuestra artillería es la mejor de la flota, eso ya es otra cosa. Entonces, señor Dillon, por favor, haremos zafarrancho de combate».

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Cuando había empezado a hablar, la mitad de los tripulantes de la Sophie, aproximadamente, mostraban franco entusiasmo, la cuarta parte de ellos parecían un poco preocupados, y los restantes tenían una expresión abatida y angustiada. Pero la serenidad que mostraban el capitán y el primer oficial y la felicidad que irradiaban sus rostros, así como los espontáneos vivas de la mitad entusiasta de la tripulación, hicieron cambiar por completo la situación. Y cuando empezaron a hacer zafarrancho de combate, sólo cuatro o cinco hombres tenían aspecto sombrío, los demás parecían que iban a una verbena.
El Cacafuego, que llevaba ahora la jarcia en cruz, descendía por la costa y estaba virando hacia el oeste para colocarse a barlovento de la Sophie, por el lado de alta mar; la Sophie viraba para colocarse contra el viento. De ese modo, cuando ambas embarcaciones estuvieran a alrededor de una milla de distancia, la corbeta quedaría completamente desprotegida frente a una devastadora andanada de aquel jabeque-fragata de treinta y dos cañones.
«Lo bueno de luchar contra los españoles, señor Ellis», dijo Jack con una sonrisa que iluminó su grave rostro y sus ojos grandes y redondos, «no es que son cobardes, puesto que no lo son, sino el hecho de que nunca, nunca, están preparados».
El Cacafuego casi había llegado a la posición indicada por su capitán; disparó un cañonazo e izó la bandera española.
«¡La bandera americana, señor Babbington!», dijo Jack. «Eso les dará que pensar. Anote la hora, señor Richards».
Ahora la distancia se acortaba con rapidez. No por minutos, sino por segundos. La Sophie navegaba con la proa dirigida a la popa del Cacafuego, como si fuera a cortar su estela; y ni un solo cañón asomaba. A bordo había un completo silencio, pues toda la tripulación estaba preparada para cuando dieran la orden de virar; y era probable que ésta no llegara antes que la andanada del navío.
«¡Preparados con la bandera!», dijo Jack en voz baja. Y luego más alto: «¡A la derecha, señor Dillon!»
«¡Virar a sotavento!» Y la voz del contramaestre se oyó casi en el mismo momento; la Sophie viró sobre la popa e inmediatamente fue izada la bandera inglesa. Entonces, tras cambiar de rumbo y con todas las velas hinchadas, se dirigió de ceñida hacia al costado del jabeque español. Enseguida el Cacafuego disparó una estrepitosa andanada que pasó a la altura de las juanetes de la Sophie, haciendo tan sólo cuatro agujeros. Los tripulantes de la Sophie dieron un viva todos a una y permanecieron tensos y ansiosos junto a los cañones.
«¡Subir al máximo! ¡No disparar hasta que toquemos!», exclamó Jack con una potente voz mientras observaba los gallineros, cajas y trastos que eran arrojados por la borda de la fragata. A través del humo vio cómo se alejaban nadando unos patos que habían salido de una jaula, y también un gato en una caja, presa del pánico. Hasta ellos llegaba el olor de la pólvora y también la bruma que se dispersaba. La corbeta se acercaba más y más; en el último momento, cuando se colocara a sotavento de la fragata española, la falta de viento le impediría moverse, pero iría a suficiente velocidad... Ahora Jack podía ver las negras bocas de sus cañones, que justo en aquel momento vomitaron fuego, provocando destellos en medio de una blanca nube de humo que ocultó su costado. De nuevo demasiado alto, pensó Jack, pero no podía permitirse divagar mientras trataba de ver el costado de la fragata para dirigir la corbeta exactamente hacia sus cadenas principales.
«¡Adelante, rápido!», exclamó. Y cuando se oyó un estrepitoso chirrido, gritó: «¡Fuego!»
El jabeque-fragata estaba bastante hundido en el agua, pero la Sophie lo estaba más todavía. Ésta se había quedado con las vergas trabadas en la jarcia del Cacafuego y los cañones por debajo del nivel de sus portas. Entonces disparó directamente a la cubierta del Cacafuego, y su primera andanada, a una distancia de quince centímetros, produjo grandes destrozos. Hubo un silencio momentáneo después del viva de los tripulantes de la Sophie, y durante esa pausa de medio segundo, Jack pudo escuchar confusos gritos en el alcázar del jabeque-fragata. Luego, los cañones españoles volvieron a disparar, de forma intermitente, pero con gran estruendo y los disparos pasaban a un metro por encima de su cabeza.
La batería de la Sophie disparaba como si hiciera un espléndido redoble, uno-dos-tres-cuatro-cinco-seis-siete, con medio redoble al final y el estruendo de los carros; y en la cuarta o quinta pausa, James cogió a Jack del brazo y gritó: «¡Han dado la orden de abordar!»
«¡Señor Watt, separe la corbeta!», exclamó Jack dirigiendo la bocina hacia proa. «¡Sargento, que todos estén preparados!» Un brandal del Cacafuego había caído a bordo, chocando con el carro de un cañón; él lo pasó alrededor de un candelero y luego, al levantar la vista, vio un enjambre de españoles que aparecían por el costado del Cacafuego. Los infantes de marina y los hombres con armas ligeras les lanzaron una imponente descarga que los hizo vacilar. La separación entre los navíos aumentaba a medida que el contramaestre, a proa, y la brigada de Dillon, a popa, empujaban las vergas. En medio de un ruido de pistolas, unos españoles intentaban saltar y otros lanzar rezones; algunos cayeron al agua y otros de espaldas. Los cañones de la Sophie, ahora a tres metros del costado de la fragata, dispararon hacia donde estaba el grupo de indecisos produciendo siete espantosos agujeros.
El Cacafuego había abatido la proa colocándola casi en dirección sur, y la Sophie disponía de todo el viento que necesitaba para volver a abordarse con él. Otra vez volvió el ruido atronador y retumbó en el cielo; los españoles trataban de inclinar hacia abajo sus cañones y hacían fuego con mosquetes y pistolas, disparando ciegamente por la borda, en un intento de matar a los artilleros de la corbeta. Sus actos eran valerosos -uno de ellos, estando herido, siguió disparando hasta que las balas lo alcanzaron por tercera vez- pero ellos parecían estar muy desorganizados. Intentaron abordar dos veces más, y en las dos ocasiones la corbeta se separó, estuvo cinco o diez minutos disparando contra la obra muerta, desde una cierta distancia, provocando una terrible matanza, y luego volvió a acercarse para destrozar las entrañas de la fragata. Los cañones seguían retrocediendo con violencia tras cada andanada; ya estaban tan calientes que apenas se podían tocar, y los escobillones se chamuscaban y producían un siseo cuando se introducían en ellos. Se estaban volviendo tan peligrosos para los artilleros como para sus enemigos.
Y durante todo ese tiempo, los españoles habían continuado disparando de forma intermitente. La cofa del mayor de la Sophie había sido alcanzada por los disparos repetidamente, y ahora desde ella caían sobre la cubierta grandes pedazos de madera, candeleros y coyes. La verga del trinquete sólo estaba sujeta por cadenas. Por todas partes colgaban los aparejos y las velas tenían innumerables agujeros. Constantemente caían a bordo tacos ardiendo, y las brigadas de estribor, que estaban desocupadas, corrían de un lado a otro con cubos de agua. Pero a pesar de la confusión, en la cubierta de la Sophie los movimientos se hacían con perfecto orden: el proceso de llevar la pólvora desde la santabárbara hasta la cubierta y luego hacer fuego, el constante subir-disparar-empujar de las brigadas de artilleros, la sustitución inmediata, sin cruzar palabra, de un hombre herido o muerto que enseguida era llevado abajo, el paso cauteloso entre el espeso humo, todo sin choques, sin empujones, y casi sin órdenes.
«Mucho me temo que dentro de poco sólo nos va a quedar el casco», pensó Jack. Parecía increíble que aún no hubiera caído ningún palo ni ninguna verga, pero eso no podía durar. Inclinándose hacia Ellis le dijo al oído: «Vaya rápidamente a la cocina y dígale al cocinero que ponga todas las sartenes y los peroles tiznados boca abajo. ¡Pullings, Babbington! ¡Que cese el fuego! ¡Retroceder! ¡Retroceder! ¡Poner en facha las gavias! Señor Dillon, después de que yo hable con la tripulación, deje que la guardia de estribor vaya a la cocina a tiznarse la cara. ¡Escuchadme todos! ¡Escuchadme todos!», gritó mientras el Cacafuego avanzaba despacio. «Debemos abordarlo y apresarlo. Ahora es el momento, ahora o nunca, ahora, sin cuartel, ahora mientras vacila. Cinco minutos luchando con todas nuestras fuerzas y será nuestro. ¡Coged hachas y sables y adelante! ¡Que la guardia de estribor se tizne la cara en la cocina y siga al señor Dillon! ¡El resto a popa conmigo!»
Bajó corriendo a la enfermería. Había allí cuatro heridos de los que Stephen cuidaba diligente; y también había dos cadáveres. «Vamos a abordarlo», dijo Jack. «Necesito a su ayudante, a todos los marineros a bordo. ¿Vendrá usted?»
«No, yo no iré», dijo Stephen. «Si quiere, llevaré el timón».
«Está bien. Vamos», dijo Jack.
Desde la cubierta llena de escombros, a través del humo, Stephen vio la enorme toldilla del jabeque, a unos veinte metros por la amura de babor. También vio a los tripulantes de la Sophie formando dos grupos; uno salía de la cocina y se dirigía a proa, con todos sus componentes armados y con las caras tiznadas, y el otro se encontraba a popa, alineándose a lo largo del pasamanos. En este último estaban el contador, pálido y con una mirada furiosa; el condestable, que guiñaba los ojos, pues los tenía acostumbrados a la oscuridad del interior de la corbeta; el cocinero con su cuchillo; el barbero del barco; e incluso su propio ayudante. Stephen vio que éste tenía una amplia sonrisa, en la que se destacaba su labio leporino, y acariciaba la punta redondeada del hacha de abordaje diciendo una y otra vez: «¡Atizaré a esos cabrones! ¡Atizaré a esos cabrones! ¡Atizaré a esos cabrones!» Algunos cañones españoles todavía disparaban al vacío.
«¡Bracear!», exclamó Jack, y las vergas empezaron a cambiar de dirección para que el viento hinchara las gavias. «Estimado doctor, ¿sabe lo que hay que hacer?» Stephen asintió con la cabeza, y cogiendo las cabillas del timón sintió su vitalidad. El timonel se alejó y cogió un alfanje con una expresión de macabro regocijo. «Doctor, recuerde las palabras "otros cincuenta"».
«Otros cincuenta.»
«Otros cincuenta», dijo Jack mirándolo sonriente. «Ahora aborde la corbeta con el navío, por favor», dijo Jack, y tras hacerle un saludo con la cabeza, se dirigió hacia la borda seguido del timonel, se subió a ella ágilmente, a pesar de su corpulencia, y permaneció allí cogido a un obenque y blandiendo su sable, un sable largo y pesado de caballería.
No obstante sus agujeros, las gavias se hincharon; la Sophie se aproximó; Stephen viró el timón con rapidez; hubo un terrible crujido, el chasquido de algunos cabos al soltarse, una sacudida, y enseguida la corbeta quedó situada junto a la fragata. Con un enorme clamor a proa y a popa, los tripulantes de la Sophie saltaron a su costado.
Jack saltó por encima de la destrozada borda y fue a caer sobre un cañón aún caliente y humeante, y el artillero que estaba junto a él lo empujó con una barra. En respuesta, Jack le lanzó lateralmente un sablazo, a la altura de la cabeza, que éste esquivó agachándose con rapidez, y luego saltó por encima de él hacia el centro de la cubierta del Cacafuego. «¡Adelante! ¡Adelante!», gritó con voz atronadora y avanzó descargando furiosos golpes contra los artilleros que huían y contra las picas y sables que se le oponían; había cientos, cientos de hombres en cubierta, observaba Jack; y gritaba sin parar: «¡Adelante!»
Los españoles se replegaban atónitos mientras todos los marineros y grumetes de la Sophie subían a bordo por el centro y la proa del jabeque. Fueron retrocediendo desde atrás del palo mayor hasta el combés, pero una vez allí se recobraron. Entonces se entabló un feroz combate, y unos a otros comenzaron a asestarse golpes atroces; la mayoría de los hombres luchaban entre los mástiles en una densa masa, tropezando unos con otros sin apenas espacio donde caer, dándose golpes y hachazos y disparándose, mientras que otros, en aislados grupos de dos o tres, peleaban junto a la borda aullando como bestias. Por la parte menos densa de la masa que sostenía el combate principal, Jack se había adentrado en ella unos tres metros; ahora un soldado estaba frente a él, y cuando sus sables chocaron en lo alto, un piquero le clavó la pica bajo el brazo derecho, levantándole la carne de las costillas, y la sacó para clavársela de nuevo. Justo por detrás de Jack, Bonden hizo un disparo, arrancándole a él la parte inferior de la oreja y matando al piquero allí mismo. Jack tiró rápidamente un doble tajo, confundiendo al soldado, y luego le dio un sablazo en el hombro con una fuerza terrible. Sintió que tras él la lucha se recrudecía; el soldado se desplomó. Jack sacó su sable, que había llegado hasta el hueso, y echó una rápida mirada a su alrededor. «Esto no saldrá bien», dijo.
En el castillo de proa, los españoles, ya casi recuperados de su sorpresa y con la fuerza, que su elevado número les proporcionaba, hacían retroceder hacia proa a los tripulantes de la Sophie, rompiendo los vínculos entre el destacamento de Jack y el de Dillon. Éste debía de estar retenido. Las cosas podrían cambiar en cualquier momento. Jack se subió a un cañón y gritó destrozándose la garganta: «¡Dillon, Dillon! ¡Al pasamanos de estribor! ¡Abrase paso hacia el pasamanos de estribor!» Por un momento, en el límite de su campo de visión, pudo ver a Stephen allí abajo, en la cubierta de la Sophie, que con el timón en sus manos miraba tranquilamente hacia arriba. «¡Otros cincuenta!», le gritó y Stephen, asintiendo con la cabeza repitió las mismas palabras; él volvió al combate, con el sable en alto y la pistola preparada.
En ese momento se escucharon espantosos gritos en el castillo de proa; la lucha por llegar al pasamanos se hizo más encarnizada, desesperada. Algo cedió detrás de la densa masa de españoles en el combés; éstos se volvieron y vieron unas caras negras que se acercaban con rapidez. Se formó una confusa aglomeración en torno a la campana de la fragata; se oían los más diversos gritos; los tripulantes de la Sophie con la cara tiznada chillaban como locos al reunirse con sus compañeros; se oían tiros, el choque de las armas, pasos apresurados de retirada. Todos los españoles apiñados en el combés se quedaron paralizados, incapaces de luchar. Los pocos que estaban en el alcázar corrieron hacia proa por el costado de babor para intentar reunir y organizar a los hombres y hacer que se retiraran los infantes de marina, que no podían luchar en aquellas condiciones.
El oponente de Jack, un marino de baja estatura, se alejó retorciéndose hasta caer detrás del cabrestante. Jack exhaló un suspiro de alivio y recorrió la cubierta con la mirada. «¡Bonden, arríe la bandera!»
Bonden corrió a popa saltando sobre el cadáver del capitán español. Jack gritó llamando la atención de todos y señaló la bandera. Miles de ojos, unos atentos, otros desconcertados, se volvieron hacia ella; y sin que los hombres acabaran de comprender lo que estaba pasando, vieron cómo bajaba rápidamente la bandera del Cacafuego hasta quedar arriada.
Todo había terminado. «¡Cesad la lucha!», gritó Jack, y la orden se extendió por toda la cubierta. Los tripulantes de la Sophie se separaron de los hombres amontonados en el combés, y éstos tiraron sus armas, súbitamente desanimados, muy asustados y defraudados. De aquella muchedumbre, abriéndose paso con dificultad, salió el oficial de más rango superviviente y le ofreció su sable a Jack.
«¿Habla usted inglés, señor?», le preguntó Jack.
«Lo entiendo, señor», dijo el oficial.
«Los marineros deberán bajar a la bodega, señor, enseguida», dijo Jack. «Los oficiales se quedarán en cubierta. Los marineros irán abajo a la bodega, abajo a la bodega».
Los españoles dieron la orden. La tripulación de la fragata empezó a desfilar por las escotillas. Y al hacerlo, quedaron visibles los muertos y heridos -una masa enmarañada de cuerpos en el centro del barco, muchos también a proa, cuerpos dispersos por todas partes- y también se hizo patente cuál era el número real de atacantes.
«¡Rápido, rápido!», gritó Jack, y sus hombres condujeron a los prisioneros más de prisa a la bodega, agrupándolos con diligencia, porque ellos comprendían tan bien corno su capitán el peligro que existía. «¡Señor Day! ¡Señor Watt! Apunten un par de esos cañones -esas carronadas- hacia las escotillas. Cárguenlos con botes de metralla; hay muchos detrás de las defensas. ¿Dónde está el señor Dillon? Llamen al señor Dillon».
Lo llamaron, pero no hubo respuesta. Dillon estaba tendido cerca del pasamanos de estribor, donde había tenido lugar el combate más encarnizado, a pocos pasos del joven Ellis. Cuando iba a levantarlo, Jack creía que estaba herido, pero al darle la vuelta, vio la profunda herida en su corazón.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

puedo navegar con vos?




·.·

Javier dijo...

Yo también me alegro que te guste mi blog, Martín, nos vemos en el foro.

Intercambiamos enlaces cuando quieras.

Saludos

Javier dijo...

Pero si ya me has puesto!

Anónimo dijo...

Parece que ya hay otros conocidos marinos de corazón y de bandera entre la audiencia del blog. Yo no llego a eses niveles de excelencia, pero quería dejar constancia de que te leo Martin.

Un saludo y un apunte complementario a esta entrada, la fuente. Del la colección de William James la parte correspondiente al combate SpeedyVSGamo, con detalles identicos o casi al de O'Brian como lo de "Cincuenta mas":
http://www.pbenyon.plus.com/Naval_History/Vol_III/Vol_III_P_144.htm

Jack Byron

Dani Yimbo dijo...

Interesante blog señor.

Mi más sincera enhorabuena.

Anónimo dijo...

¿No hubiera sido más correcto el nombre "Cagafuego" en vez de "Cacafuego"? Cagafuego se usó ocasionalmente en los siglos XVII y XVIII para nombrar cañones o apodar bravucones. Creo recordar haber visto una pieza de a 24 en La Habana con ese nombre.

Martín.- dijo...

mi estimado miguel, yo creo que como ambos nombres se utilizaron como bien decis vos para nombrar cañones, y tambien hubo una nave la cual se denomino cacafuego y cagafuego, se inclinaron por la primera ya que la segunda no tenía una connotacion muy feliz para el lector hispano, esa es mi hipótesis.

Aca encontre en la wiki un extracto que habla del navío español Nuestra Señora de la Concepción, que era apodado cagafuego.

" Cacafuego Vs. Cagafuego
Despite her very proper name, the galleon Nuestra Señora de la Concepción was called by her sailors Cagafuego, which would translate into English as "fireshitter". Contemporary accounts presented the ship's name inaccurately as Cacafuego, which is the one that eventually endured. As it is, almost all references in English regarding this vessel list her name erroneously.

In Spanish, "caca" is a noun meaning "shit", while "caga" is the third person of the verb "cagar" which means "to shit". Therefore, the proper nickname for this galleon was "Cagafuego," which could be translated as "shitfire" or more accurately as "fireshitter"."

mis saludos! gracias por pasar!

Martín.-

Christian J. / Vol O´ Noff dijo...

Estoy por terminar de leer "Capitan de Mar de y Guerra" de donde has extraido este texto. Es increible lo mucho que estoy disfrutando de esta lectura. La aventura, la ambientación, los personajes, Jack, Stephen...es excelente.
Solo tengo un par de problemas con los términos técnicos utilizados y tengo que consultar por información muy seguido...aunque no siempre.

En cuanto termine con este voy a seguir inevitablemente con "Capitan de Navio" que según tengo entendido es la segunda parte de la saga.

Me lo recomienda?

Chj
(joneschj@hotmail.com)

Howard Roark dijo...

Buenas tardes,
Ante todo, señalar que si hoy soy navegante es gracias a la serie de novelas de O´Brien, que me acompañaron como lectura de viajes en una época en la que viajaba todo el tiempo.
Dicho esto, señalar que nunca hubo un jabeque´-fragata llamado "cacafuego", que un "jabeque-fragata" no existe en nuestra terminología, dado que si un jabeque se apareja como fragata es llamado "chambequín", nunca "jabeque-fragata", y que la única acción en la que se sepa que un chambequín se haya enfrentado a la Royal Navy ocurrió lo siguiente:
"En 1799 estaba al mando - el jabeque "Africa" - del teniente de navío D. José Salcedo, y se le encargó la protección de un convoy. Salidos de Mahón, aparecieron el navío inglés Majestic, de 74 cañones y la corbeta Espoir. A costa de su sacrificio consiguió que el convoy se refugiara en Fuengirola, enfrentándose a fuerzas superiores. Sólo hay que decir que el África tenía solamente 14 piezas de a 4 libras, 72 tripulantes y 33 soldados para darse cuenta de tan desigual lucha. Después de un cañoneo durante hora y media es rendido al abordaje por la corbeta inglesa, lamentando la pérdida de 9 muertos y 28 heridos. El almirante Collingwood escribió una carta a Mazarredo para que el Rey tuviera en cuenta el valor de Salcedo:
"...Por tanto, conjuro a V.E. para que haga presente esta meritoria conducta al Rey de España, con mi humilde súplica de que Su Majestad se digne agraciar con alguna señal de su Real consideración a los muertos y recompensar al distinguido valor del valiente Salcedo, que les sobrevive ."
A señalar que si un jabeque es un buque menor, del tamaño de una corbeta, el Africa era un "jabequín", diminuto si se le compara con todo un navio de línea.

Otra cuestión que pude conocer hace poco, y que me dejó bastante planchado, es que el episodio de Stephen Maturin operandose a si mismo, como puede verse en la propia película - "Master and Comander" - es real, ocurrió, pero está "mal adjudicado" por el autor, lo copió de un episodio real protagonizado por un médico militar español en la guerra de Cuba, Rogelio Vigil de Quiñones:
https://es.wikipedia.org/wiki/Rogelio_Vigil_de_Qui%C3%B1ones
Y es que, ¿que sería de la épica inglesa sin los españoles?.